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El negocio detrás de “sé tu propio jefe”

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Este fin de semana, dando una vuelta por las redes sociales, no pude dejar de notar algo curioso, de cada 10 posts en un rápido scroll, al menos 4 respondían a individuos tratando de convencer a su audiencia de que trabajar para otros es “malo” y el camino individual es “bueno”.


En los últimos años, se ha vuelto casi un mantra digital frases como: “emprende tu propio negocio”, “no trabajes para los sueños de otro” y el ya clásico “sé tu propio jefe”. Este discurso, promovido por una serie de gurús digitales y “coaches” que promueven ciertas líneas de negocio, procura calar con fuerza entre jóvenes profesionales (y no tan jóvenes), que sueñan legítimamente con “independencia, abundancia y libertad”, y con ello viene la venta de cursos, talleres y otras ofertas de dudosa efectividad, que se sustentan en la frustración individual.


Advierto, para quienes decidan continuar leyendo, que soy un promotor del emprendimiento y el intraemprendimiento. En mi familia abundan los ejemplos de ello, y yo soy un caso de lo segundo. He sido mentor de emprendedores, participado de organizaciones sin fines de lucro que capacitan en esta dimensión (particularmente en el emprendimiento rural), y reconozco el trabajo de profesionales serios que conozco en varios países de la región quienes que se han dedicado, con propuestas robustas y bien formuladas, a aportar a quienes ven en el emprendimiento una alternativa no solo válida, sino valiosa para llevar adelante una idea de negocio, así como para quienes emprender resulta en la única alternativa viable para alcanzar sus metas, bien sea por la falta de oferta laboral en su entorno, o porque lamentablemente resultan marginados por diversas razones.


Entonces, lo que preocupa no es la idea de emprender en sí, sino esa narrativa simplificada y hasta “revanchista” contra el empleo formal que se les escucha a algunos, y que pareciera cuestionar, explícita o implícitamente, a quienes deciden aportar su talento dentro de estructuras organizacionales.


Este fenómeno de generar un culto al yo-empresa, donde cada individuo se convierte en responsable no solo de su productividad, sino también de su imagen, su narrativa de éxito y su relevancia digital, crea una presión constante, alimentando una ansiedad silenciosa que se esconde detrás de perfiles motivacionales. Desde esa lógica, toda forma de organización colectiva parece sospechosa. Pareciera que, para estos promotores, trabajar en una empresa es sinónimo de mediocridad, conformismo o falta de ambición. Pero esa mirada, no solo puede resultar simplista, sino también injusta y hasta engañosa.


La narrativa del emprendedor solitario ha sido desmitificada en múltiples estudios. Harvard Business Review y MIT Sloan Management Review han documentado que el éxito sostenido se construye en red, en equipo, dentro de marcos organizacionales bien diseñados y liderazgos colaborativos. En aquella serie de TV de los 50´s (advierto que yo la vi en los 70´s), el “Llanero Solitario”, ni siquiera el llanero andaba por allí cabalgando solo, a su lado siempre estaba su fiel amigo Toro (y eso, si no contamos a “Plata”, el caballo). Pues así, en equipo, también ocurrieron Airbnb, Nubank o Rappi, startups construidos con equipos complementarios, redes de apoyo e inversión colectiva.


Es cierto, si, y ya oigo los comentarios: “no todo empleo es digno”, “hay empresas explotadoras”, hay empleos tóxicos”, y si, es verdad, no es perfecto, existen empresas que reproducen dinámicas inapropiadas e inconvenientes, y es allí donde el impulso por salir de esos modelos cobra sentido para cualquiera. Pero reducir todo el empleo a esa caricatura es tan erróneo como pensar que todo emprendimiento es “libertad y abundancia”. La realidad, según el BID Global Entrepreneurship Monitor, es que entre el 20 y 30% de los emprendimientos cierran en los primeros dos años, y a los cinco años, más de la mitad de los restantes ya no existen. Las principales causas en América Latina suelen ser la falta de financiamiento, la alta informalidad y la baja productividad frente a otros competidores.


Bien gestionadas, las empresas siguen siendo plataformas de movilidad social, innovación y propósito compartido, tanto en cuanto, cada una de las partes haga lo que corresponde. Richard Sennett lo resume muy bien en “Juntos”: “La cooperación lubrica la maquinaria necesaria para hacer las cosas y la coparticipación puede compensar aquello de lo que tal vez carezcamos individualmente.” Incluso los emprendedores que hoy lideran emprendimientos exitosos, en algún punto, tuvieron que dejar de ser “yo” para empezar a ser “nosotros”.


Es allí donde, paradójicamente, quienes dejan su empleo para “perseguir sus sueños”, terminan contratando talento, y estoy seguro de que, a esos colaboradores, curiosamente, ya no les recomiendan ser “sus propios jefes”. Y cuidado, no se trata de desvelar casos de hipocresía individual, sino de una contradicción estructural: todo proyecto que aspira a escalar necesita pasar de la autonomía individual a la construcción de equipos, reglas y procesos. Negar esa realidad sería absurdo.


Entonces, ese discurso motivacional hay que digerirlo con mucha fibra, pues pasa por alto advertir algunos costos importantes: soledad, inestabilidad, presión financiera, competencia y ansiedad entre otros factores a considerar. Esa narrativa superficial tiende a convertir al éxito en medalla, pero al fracaso en culpa. No todo el mundo tiene la oportunidad de emprender desde la comodidad de tener sus necesidades básicas (y para algunos, las no tan básicas también) resueltas.


Mientras avanzamos hacia la automatización, el uso de la inteligencia artificial, nuevas reglas para el trabajo híbrido y el envejecimiento de la población, la conversación sobre empleo y emprendimiento requiere de mayores matices. La inteligencia artificial redefine hoy, tanto a los emprendimientos como los empleos tradicionales. Las empresas en trabajo híbrido evolucionan a nuevas formas de flexibilidad controlada tratando de no perder una cultura de cooperación, y la economía plateada abre oportunidades de negocio y empleo a un sector demográficamente creciente y a la vez, muy lamentablemente, marginado. Ni el empleo ni el emprendimiento desaparecerán; ambos simplemente se transformarán.


Por eso, más que repetir fórmulas “mágicas”, es importante recuperar una conversación honesta sobre el trabajo. Una que reconozca la dignidad de ser parte de una empresa (de las buenas), el valor de trabajar en equipo, la posibilidad de crecer profesionalmente sin necesidad de “tener algo propio” para validarse, y al mismo tiempo, reconocer la validez de emprender con valentía, no para el individualismo, sino para que, desde un propósito claro, nuevos emprendimientos contribuyan a crear empresas que puedan ofrecer una mayor cantidad de empleos dignos en favor de otros que lo necesitan. Emprender es saber que ello implica costos, redes de apoyo y cooperación real.


Por supuesto que habrá casos de emprendimientos individuales exitosos que pueden inspirar, pero cuando se imponen como regla universal y se pretenden comunicar como una norma, se convierten en una trampa para muchos. Trabajar para otros no es una “derrota”, como pareciera que muchos lo quieren hacer ver, es una elección válida, igualmente valiente, inteligente, que puede ser estratégica, y sin duda, profundamente humana.


El dilema no es elegir entre “empleo” o “emprendimiento”, sino construir caminos, personales y/o colectivos con propósito, dignidad y visión, para que la aventura que cada quien escoja para su ruta personal y profesional, sea sostenible en el tiempo y procure la mayor construcción de valor posible para todos.

 
 
 

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